miércoles, 1 de febrero de 2017

El de la pescadería de la esquina


Por Alonso Alcayaga



Ulises sabe que le costará mucho trabajo para conquistar el corazón de Carmen. Todo sería distinto si Carmen lo mirara de la forma que él la mira, con esas ganas de sexo, con los ojos fisgones, con aquella sonrisa pícara carente de algunos dientes que ambos tienen en común.
Ulises no despega sus ojos de la entrada del negocio. Cada sombra que se asoma al umbral estremece a Ulises, cada sombra con aspecto de mujer hace que a Ulises le lata el corazón más rápido de lo acostumbrado. Cuando aquellas sombras no pertenecen a Carmen, Ulises se tranquiliza, toma un poco de escarcha de entre los pescados y se refresca la cara.
Hay una cierta melancolía en la mirada de Ulises, una cierta carga emocional en cada gesto. No es por la forma en que lo trató su madre anoche luego de que llegara borracho y levantara de una patada al gato, ni tampoco es la misma borrachera que ahora le pasa la cuenta. Es algo más que eso. Es el hecho que le duele mirarse al espejo y ver a un hombre que no tiene nada para ofrecer a una mujer como Carmen. Ulises no es precisamente cariñoso y tierno, es mas bien un hombre bruto y frío. Frío como la pescadería y bruto como Ulises Cárdenas, el hombre que en vez de rosas regala pescado. Ese es Ulises, el de la pescadería de la esquina, que cuando sale a fumarse un cigarrillo se entretiene probando puntería a escupitajos a un escupo anterior, el que en días de calor se mete escarcha en los testículos, el que come con la boca abierta y el que huele sus sobacos al mediodía. Pero la gracia de Ulises no está en su aspecto horripilante ni en su grosería constante. Su gracia es vender pescados sin siquiera saber de pescados. Es muy fácil para él, solo tiene que leer el letrerito con el nombre del pescado y el valor, tal como le dijo su jefe, y si le preguntan algo que no sabe lo inventa. Y efectivamente ha sido un empleado muy eficiente y asertivo, pues nadie a llegado a la pescadería a reclamar por un producto rancio ni se han quejado de contraer alguna enfermedad por un pescado descompuesto. Ulises ha tenido suerte en ese sentido.
Ulises manosea suavemente la cabeza de un pulpo imaginándose que son los pechos de Carmen. ¡Carmenciiiiita! ¡Te tocaría por todos lados, no me cansaría de darle besitos a tus tetiiitas!
Ulises cierra sus ojos mientras sigue manoseando el pulpo. Luego de un rato de fantasear, Ulises se toca sus genitales incentivando mas su imaginación. Imagina a Carmen que coge un poco de escarcha y la frota sobre sus pechos. Sus pezones se erectan y eso a Ulises lo excita cada vez más y comienza a masturbarse suavemente tras la vitrina. Pero eso ya no importa ahora. Lo importante es que mientras él se toca con los ojos cerrados, Carmen lo observa boquiabierta del otro lado de la vitrina.

-¿Qué  te pasa Ulises?
-Nada, estaba tocando el pulpo para ver si estaba bueno.

Carmen le regala una tímida y vergonzosa sonrisa.

-¡Qué soi loco! oye véndeme una reineta porfa.
-A usted no se la vendo mi reina, se la regalo.
-¡Puta que andai paleteao!
-¡Pa que cachí no más!

Ulises busca el letrerito que dice “reineta”, saca el pescado y lo envuelve.

-¿Oye, cuándo vamos a salir?
-¡Soi fresco! voh sabí que yo soy casá.
-Pero no estay muerta po.
-¡Mira Ulises, con voh no salgo ni a la esquina!
-¿Y qué te hice yo?
-A mi nada, pero ya me contaron que a la Claudia le hiciste una guagua y ahora te hací el hueón.
-Eso es mentira.
-¡No seai maricón, tu sabí que la guagua es tuya!
-Bueno, ella no debería andar prestándole el poto a medio mundo. ¿Viste? ahora no sabe de quien es la guagua.
-¡Sabí que má, te pago tu cagá de pescao!
-¡Págamelo po! ¿O voh creí que te lo iba a regalar?

Carmen le paga y se retira indignada de la pescadería. Ulises dibuja una leve sonrisa en su rostro. ¡Linda la hueá, que se meta el pescado en la raja mejor! Ella se lo pierde.
Ulises nuevamente fracasa en su afán de conquistador. Es la forma de ser la que tiene que cambiar, la forma de ser de ese hombre que pasa su mano por sus axilas sudadas y goza oliéndosela, ese hombre que se saca la mucosidad de su nariz cuando mira la tele y luego la pega debajo de su cama, ese hombre que al final del día se saca sus calcetines y disfruta del hedor de sus pies, ese hombre que al despertar se da cuenta que se ha orinado en la cama producto de su borrachera.
Ulises no tiene ganas de seguir vendiendo pescados aunque el día recién ha comenzado. Aprovecha la ausencia de su jefe y cierra por dentro las cortinas del negocio quedando en la fría compañía de los pescados. Agarra el pulpo que anteriormente manoseaba y ahora se lo envuelve en su pene y comienza a masturbarse con sus ojos cerrados imaginándose que el pulpo es la vagina de Carmen. Ulises ya está por eyacular, y ahora se imagina que tiene su pene entre los voluptuosos pechos de Carmen. Ulises finalmente eyacula en el pulpo. Toda su masturbación no habrá durado mas de un minuto al igual que la gran mayoría de las veces. Ulises devuelve el pulpo al mostrador y con el mismo paño que limpia el mesón se quita los restos de semen de sus manos callosas.
Ulises vuelve a levantar las cortinas del negocio. Piensa en Carmen y se enfurece al pensar que ya no tiene posibilidades con ella.
Para sorpresa de Ulises, aparece Claudia en el negocio. Ulises se pone nervioso mientras que Claudia mantiene una mirada baja y triste. Claudia sabe que Ulises es el padre del hijo que lleva en su vientre, también sabe que es a la única pescadería cerca de la casa de sus patrones.
Claudia se acerca a la vitrina sin mirar a los ojos de Ulises.

-Dame dos kilos de machas.

Ulises silenciosamente busca el letrero que dice “machas”, las saca con una bandeja y las pesa hasta llegar a los dos kilos.

-¿Algo más?
-No, eso no más.
-Son cuatro mil pesos.

Claudia le pasa el dinero. Ulises pone las machas en una bolsa mientras mira a Claudia que tímidamente se mantiene cabizbaja. Ulises pone la bolsa con machas en el mostrador. Claudia toma la bolsa y camina hacia la salida.

-¡Claudia espera!

Claudia se detiene y mira a Ulises desde la entrada.

-¿Es verdad que estai embarazada?

Claudia asiente con la cabeza.

-¿Y de quién es la guagua?
-¡Mía po!
-Si sé po ¿pero quién es el papá?
-Mi hijo no tiene papá.
-¡Pero no es del espíritu santo po, y voh no soy la virgen María!
-No, no soy la virgen María y el papá tampoco es un espíritu santo, el papá es un maricón de mierda que le deseo lo peor.
-¿Y a quién le tení tanto odio?
-¡Al hueón que me vio como puta, me usó y después se hizo el hueón!
-¡Pero por la chucha! ¿me vay a decir quién cresta es?
-¡Quien más que voh po maricón!
-¿Yo? pero cómo iba a saber si nunca me dijiste.
-Cuando te lo dije estabai curao, pero yo sé que no se te olvidó. Por eso no me llamaste más, y ya han pasado dos meses.

Ulises queda atónito y pensativo. Claudia deja correr unas lágrimas por su rostro y se va. Algo raro pasó en Ulises, algo que ahora no lo deja tranquilo. Piensa en Claudia y siente algo extraño, algo parecido al dolor, algo similar al amor. Ulises por un momento piensa en dejar todo tal cual, ignorar lo que pasó y seguir su vida tranquilo, sin problemas ni preocupaciones mas que trabajar y emborracharse. Pero luego piensa en Claudia y en el hijo que carga en el vientre, en su hijo. Se imagina a Claudia con su hijo en sus brazos recibiéndolo en la puerta de su casa después de cada jornada laboral.
Llevar una vida licenciosa, viciosa y sin sentido siempre le ha atraído a Ulises, pero ahora ve la posibilidad de una vida distinta, de una vida restringida de excesos pero llena de armonía. Ve la posibilidad de tener una mujer y un hijo que lo esperan cada día, ve la posibilidad de que el calor de una familia sea el pilar de su vida.
Ulises se quita la hedionda pechera y corre tras los pasos de Claudia, de la madre de su hijo, de ese hijo que le dará a Ulises por primera vez un cable a tierra.

Ulises persigue Claudia pensando en que su vida puede cambiar, en que su vida ahora puede estar rodeada de amor en vez de pescados y alcohol, pensando en dejar de ser ese hombre que trata a las mujeres como un objeto sexual, como putas, ese hombre que solía robar en el centro de la ciudad, ese hombre vulgar que se emborracha y se involucra en riñas de bar, ese hombre de la pescadería de la esquina que tiene que leer el nombre del pescado para saber de que pescado le hablan. Después de todo ese es Ulises, el de la pescadería de la esquina no más.